María contó seis vasos de plástico de colores y los puso en una bandeja de cartón dorado. Hacía siete años que había parido a la criatura que ahora le gritaba a su prima Aída A QUE VAS A MAMÁ A QUE VAS A QUE VAS en el salón. La otra lloraba a lágrima viva. A ver venga que vamos a merendar, les dijo María con la frente brillante como una losa recién fregada a la horda de niños, que en realidad eran sólo seis, pero que entre el bochorno concentrado en los 10m2 de salón y Dani Martín gritando QUE MÁS DARÁ SI MAL O BIEN MUCHO METROSEXUAL Y FALTAN BESOS a través la minicadena, parecían un colegio entero. Dejó la bandeja con los vasos, una botella de litro de Granini de piña y otra de melocotón en la mesita baja, sobre una blonda de papel blanco en la que alguien había dibujado un gato con la cera Manley azul clarito. De los ganchitos de queso solo quedaba el polvillo color butano al fondo del bol. También pegado en los dedos rechupeteados de las criaturas, que no dejarían un centímetro del salón sin toquetear. María soltó un suspiro largo y se asqueó más aún al oler su propio aliento.
En mitad del jaleo, sonó el teléfono. ¿Sí? contestó María, ¿cómo?, sacó la cabeza por la ventana para que no la oyesen los niños, me cago en vuestra puta madre, y colgó. Era el encargado del Pizza Móvil, que llamaba para pedir disculpas porque habían entregado sus pizzas por error en otra dirección. Un cumpleaños sin pizza y cinco monos escolarizados trepando por sus muebles como por el peñón de Gibraltar. El de las gafas azules tirándole de las coletas a la de la camiseta de Jordi Labanda, la de la camiseta de Jordi Labanda bebiendo a morro de la botella del zumo de piña y tirándose la mitad por encima y la otra mitad por el suelo, uno con una cabeza descomunal mordiendo el mando de la televisión, la de Pili haciendo ventosa con la boca abierta en forma de O el cristal de la puerta del balcón… ¿Cinco? María pegó un grito que hizo a su hija caerse del taburete en el que estaba subida, ¿dónde está tu prima? le dijo agarrándola por la pechera.
Se oyó entonces un llanto pequeño. Perdón mami perdóname perdón que era una broma solo no te enfades, le suplicaba la hija a su madre mientras ésta la arrastraba por el pasillo, bien cogida del brazo por encima del codo. Delante del armario de las escobas, que tenía una anchura similar al del diámetro de una pizza mediana, le dijo María a su hija, venga ábrelo, ábrelo tú que tan graciosa eres, y al abrirlo la niña, que ya lloraba con el moco colgando, María le arreó una colleja que le dejó el cogote rojo como el logo del Pizza Móvil. Por tonta, y dirigiéndose a la otra con el dedo amenazante, ya podías espabilar tú también, y las dejó a las dos en el pasillo. Se acabó la fiesta. Cuando los padres de los otros niños llegaron a buscarlos, ya de noche, se los encontraron solos en el parque de abajo. Los recogían con las manos como si fueran canicas rodando en todas direcciones después de partirse el tarro de cristal que las contenía. María los miraba desde el bar, con la boca llena de calamares.
¡Se siente hasta el olor de ese salón! Vivo e intenso